Críticas / Opiniones



Moira Soto / Crítica teatral: ¿El lobo está?

Admirable la rigurosa economía con que Gilda Bona y Hugo A. Ramos reformulan la leyenda del hombre lobo a la criolla, esto es, el lobizón o –según la antología de Seres Mitológicos Argentinos, de Adolfo Colombres- lobisón. Sorprendente la finísima ambigüedad con que se van revelando los personajes, un curioso trío formado por una chica que se desmaya cada dos por tres, el conductor del ómnibus donde ella ha viajado hasta la terminal, y un policía hermano del chofer.
Ya desde el geométrico trazado escenográfico (dos vectores que se abren marcando una perspectiva oblicua, para representar el pasillo del ómnibus) se puede vislumbrar que El lobizón de tras la sierra va a plantear una hipótesis que, como suele suceder en algunas ciencias, quizás no se resuelva en forma transparente porque en todo caso lo que vale es abrir caminos, dejar caer pistas para descifrar los enigmas: ¿hay realmente un lobizón tras la sierra? ¿la periodista fue efectivamente violada o hubo cierto consenso de su parte? ¿el conductor es el lobisón serial que –según ella dice- la policía anda buscando, o lo es su hermano, agente de esa fuerza precisamente? La única certeza es que a medida que la historia se desenvuelve –en la acepción primera de sacarle a algo envolturas- el espectador es incitado a un continuo estado de alerta, a confrontar lo que está diciendo un personaje con algún diálogo anterior, a advertir que la obra se va abriendo progresivamente hacia nuevas, inesperadas, intranquilizadoras sospechas.
Uno de los más altos logros de Bona y Ramos como dramaturgos es haber sabido mantenerse en esa difusa frontera entre el sueño y la realidad, donde nada es seguro y la inquietud crece a la par de la fascinación que ejerce esta obra donde la comunión de escenografía, vestuario, luz música, actuaciones y puesta  es tan acabada que resulta difícil abstraer los distintos rubros, o imaginar otra versión escénica de este texto. Los vectores que cruzan el escenario en diagonal parten desde un único asiento de colectivo –punto de fuga- y llegan hasta el caño que puede servir para agarrarse en el primer piso, o  para subir al segundo, lugar donde tuvieron lugar los hechos que narra la chica, periodista de un canal de cable dedicado a investigaciones criminales. Narración de la que, primero el chofer y posteriormente su hermano policía parecen descreer, aunque ella, en su faz de detective, los pesca en contradicciones y va sacando sus propias deducciones.
Con un tratamiento bien diferente al que aplicó Julio Molina a su precioso texto teatral Madre de lobo entrerriano –donde una mujer alardea de haber tenido amores “con el más hermoso lobo jamás visto” y es reivindicada por su hijo alobado- Bona y Ramos proponen una suerte de ecuación con esta trasposición del mito universal del hombre lobo, sembrando incógnitas que no se terminan de despejar del todo en esta pieza circular y la vez abierta.
Larga y diversamente tratado por el cine –desde la icónica encarnación de Lon Chaney jr hasta el Hombre Lobo Americano en distintos países y los numerosos ejemplares más recientes saturados de efectos especiales-, el hombre lobo ha tenido poca presencia en el teatro. Pero importante localmente su consideramos Madre… y El lobizón… El vampirismo otro mito básico del género fantástico también ligado al tema del doble- siempre ha tenido más prestigio que la licantropía, metáfora de la animalidad reprimida de los humanos, de la libido sin frenos. El lobo (ancestro salvaje del domesticado perro) es un animal mal visto a través de la Historia, siempre temible en los cuentos de hadas y en las rondas infantiles, usado desde tiempo inmemorial para enseñarle a las caperucitas que deben obedecer a la mamá y no hablar con desconocidos.
Bona y Ramos pasan por alto, dan por sabida la creencia popular local sobre el séptimo hijo varón consecutivo cuyo destino de volverse lobo en noches de plenilunio era enmendado si lo apadrinaba el presidente y además recibía el nombre de Benito; pero de todos modos, si aparecía un lobisón suelto se prescribía dispararle con balas benditas… Dramaturga y dramaturgo apelan directamente al inconciente colectivo para traer sesgadamente a escena al lobizón, desde la afirmación de la periodista Sandra, que no por azar porta un abrigo de piel; también desde la negación a cierta altura dudosa de los hermanos Beto y Cacho.
El hombre lobo, es cosa sabida, recupera la humanidad  (que perdió en la medianoche de luna llena) con las primeras luces del alba. El ómnibus donde viaja Sandra acaba de llegar en la madrugada a –nada menos- Salsipuedes, ese encantador pueblito serrano cordobés. Ya bajaron todos los pasajeros pero ella permanece dormida y en esa primera y muy sugerente escena –un verdadero hallazgo en todo sentido-el chofer Beto recoge con su fálica linterna y levanta del suelo una bombacha antes de llegar a la mujer y despertarla con un chasquido de sus dedos (como se hace con las personas hipnotizadas). Más tarde, Sandra dirá que fue narcotizada por el aliento a menta del lobizón que la arrinconó contra la ventanilla, que le hizo tocar en la oscuridad el arma que llevaba… Y Beto se quejará una y otra vez de su necesidad de dormir luego de 20 horas despierto trabajando. El único que parece no tener sueño es el policía.
No hay aullidos en esta obra, solo el inspirado comentario musical –retozón, travieso, irónico- de la flauta traversa de Amin Pires Frade, que hace contrapunto con determinadas líneas del diálogo (acaso no esté de más recordar que la flauta era el instrumento de los lascivos faunos, mitad humanos, mitad cabras…) Queda hecho el elogio de la estilizada y funcional escenografía de Magali  (sin acento en la i, por favor) Acha, que se complementa con los aciertos del vestuario de Marta Albertinazzi y del resto de la música que se integra orgánicamente a la obra. Y, lo último pero no lo menos importante, la exacta y apropiada tonalidad conseguida y sostenida por Celeste Campos, Pablo Bocanera y Damián Andrés, fruto evidentemente de un atinado casting, del talento de estos intérpretes y de un trabajo en equipo sencillamente virtuoso.


Alejandra Hidalgo/ La Kritica

Una propuesta singular donde la historia comienza en el instante mismo en que un micro llega a su destino. El juego entre la ficción y la realidad se van entretejiendo logrando el efecto de  subyugar al espectador con un texto muy rico que se mantiene a lo largo de la historia. Es una noche de luna llena. Pero, a diferencia de la tradición respecto de la aparición del “lobizón” a éste no lo vamos a ver. Lo que sucede, sin embargo, es una historia atrapante. 
Una actuación contundente de Celeste Campos (Silvia), que trata de convencer al conductor de haber sido violada por un lobizón dentro del micro, tratando de explicarle, reiteradamente, los hechos ocurridos. 
La aparición del policía complica la situación, y la historia gira hacia otra realidad: y, como espectadores, en  una serie de especulaciones  ¿Qué fue realmente lo que sucedió? La actividad laboral de la víctima – conductora de un programa de televisión sobre investigación de crímenes- no es un tema menor, como tampoco las actitudes que van mostrando tanto el chofer como el policía. 
Pablo Bocanera (Beto,el chofer), gracioso en su personaje de quien su único deseo es que la pasajera baje del micro para irse a dormir luego de manejar 20 horas, y Damián Andrés (Cacho, el policía, hermano del anterior), cuya función es interrogar a la supuesta “víctima” y que resulta en su duplicidad el tercer personaje clave. 
Los tres conforman un muy buen logrado trabajo en equipo con una gran ductilidad  interpretativa, realzando los textos, dentro de una escenografía mínima pero que recrea el ambiente del micro con gran acierto. 
El vestuario es apropiado para la caracterización de un chofer y un policía típicos, en tanto que la  periodista, con su tapado de piel, nos recuerda a ese  lobizón, que nunca vimos. Quizás esperábamos su presencia en algún momento, pero la trama nos lleva a comparar los diálogos entre una y otra escena, las contradicciones que se producen, lo que nos lleva a permanecer atentos a lo que se va desentrañando.       
La iluminación es adecuada, destacándose la música, representada por el sonido de la flauta traversa, lo que le da un clima especial, con sus sonidos intermitentes  apropiadamente utilizados luego de ciertos diálogos,  lo cual tampoco es casual y quizás su presencia en ciertos momentos nos indica tramos que no pertenecen a la realidad que se nos hace presentar como tal. 
Un gran trabajo y un excelente texto en el cual se recreó con gran acierto los límites entre el sueño y la vigilia, la realidad y la ficción, el ensueño (en su acepción de representación fantástica de quien duerme), como asimismo la presencia de la muerte y lo sobrenatural, y no olvidando las claves que nos proporciona y que debemos observar con precisa atención, con la notable dirección de Gilda Bona, quien asimismo comparte la autoría con  Hugo A. Ramos.


Crítica radial por Moira Soto

En el programa Pan y Teatro Social Club / Radio de La Ciudad/ Am 1110
20 de julio 2011

Locutora: -¿Continuamos con el lobizón de tras la sierra?

Moira: -Si, una obra que realmente me encantó. Yo, sabrás que tengo debilidad por el género de terror y fantástico…

Locutora: -Si.

Moira: -Y todos los mitos de vampiros, lobizones y zombis me encantan. Pero en este caso alude directamente a la adaptación criolla del hombre que se convierte en lobo, el hombre lobo, que también es una leyenda que viene de lejos, desde mitologías muy antiguas, y que de algún modo pone en evidencia esta cuestión de la bestialidad, la parte animal, instintiva que aparece, en fin la líbido sin freno que representa ese otro que tenemos a veces reprimido y que tiene que ver con ese doble, que también aparece el género con Dr. Jekyll y Mr. Hyde, La Bella y la Bestia, una serie de situaciones donde hombres o mujeres se convierten, se metamorfosean en bestias. Incluso como una maldición en contra de su voluntad. Entre nosotros es el lobizón, que es el séptimo hijo varón, por lo cual era apadrinado por el presidente para preservarlo de la maldición, y dice el mito criollo que hay que ponerle de nombre Benito, y que si no hay mas remedio que matarlo porque en noche de luna llena, si te ataca es durante la noche, hay que dispararle con balas benditas, si es posible en tres iglesias.
Bueno todo esto no aparece en esta obra, pero es bueno tener los datos porque justamente en El Lobizón de tras la sierra todo esto está como sobreentendido. Hay una mujer que en la primera escena esta sentada en un asiento de colectivo y dos líneas en diagonal que atraviesan el escenario en perspectiva, como si fuera el pasillo de un ómnibus, y un caño ¡no de bailar! sino de los que se agarran los pasajeros cuando tienen que subir por ejemplo al primer piso de un colectivo.
La primera escena realmente es extremadamente incitante y siempre un buen comienzo se agradece. Hay una mujer dormida en ese asiento, la iluminación apropiada y alguien con traje de conductor que se va acercando y levanta con un palo algo del suelo, es una bombachita. La mujer esta dormida, el hombre la despierta y ella empieza a hablar del lobizón, del lobizón que la ataco.
Bueno toda la obra se desarrolla en ese espacio, con esta mujer, que rápidamente se manifiesta como una periodista que esta investigando al lobizón serial; el conductor, que lo único que quiere es que ella desaloje “su unidad”, ¡como él la llama! e irse a dormir porque “hace veinte horas que no duerme”; y la aparición de un tercer personaje que es un policía, justamente hermano de este conductor. Y de algún modo el texto va enlazando a los tres personajes y también la sospecha de cual de los dos hermanos es el lobizón, si es que uno de los dos lo es.

La verdad que la obra esta escrita con una sutileza, casi como una ecuación matemática, que te obliga a estar permanentemente en alerta porque las actuaciones que va haciendo ella de alguna manera van cuestionando lo que se dijo anteriormente.
Es una obra breve que dura tal vez 45, 50 minutos, la duración realmente precisa para sostener el interés e ir desarrollando esta intriga, que como te digo, cada vez se vuelve más inquietante.
Es muy interesante como esta dibujado el personaje del conductor que es un conductor tipo 100%, el lenguaje con que habla, la manera en que se empieza a enredar con este tema del lobizon. Y la aparición del tercer personaje, el hermano, el Cacho, este es el Beto el que te digo, que es un policía que niega que la policía este buscando a un lobizón serial. En algún momento pensás si alguno de los dos no es el séptimo hijo varón, que podría serlo. Pero todo esto con una sutileza, con una estilización absoluta.

2da Parte

Locutora: Continuamos entonces, ¿Moira estas ahí?

Moira: -Acá estoy, no vino el lobizón (risas). A mi me parece una obra realmente muy redonda, muy lograda. Esta obra de Gilda Bona y Hugo Ramos. Que además me parece que apela a la inteligencia del público, sugiriendo las cosas en lugar de explicarlas didácticamente, y que todo esto tiene su aporte, esta escenografía que te decía tan mínima y a la vez tan expresiva, el asiento de colectivo, esas dos líneas que en perspectiva se abren hacia delante, el caño y la iluminación que acompaña perfectamente a los pasajes de esta obra, donde cada tanto la protagonista cae desmayada, agregándole un punto mas de inquietud y donde realmente los actores, Celeste Campos, Pablo Bocanera y Damián Andrés están impecables. Vestidos por Marta Albertinazzi, la esenografía quiero decir que es de Magali Acha. Y la flauta que se escucha en algunos momentos muy oportunos, como haciendo un comentario, a veces parecería que irónico de los diálogos, es de Amin Pires Frade, y la verdad es que es un hallazgo, por lo oportuna que resulta, porque por momentos entabla casi un dialogo. El flautista esta fuera de escena por cierto, y el oído te dice que esa flauta esta sonando allí, que no es una grabación.

Locutora: -Los instrumentos cuando esta puestos así, la verdad es que es un personaje mas en acción.

Moira: -Totalmente, totalmente. Y no se si la intención habrá sido aludir a los faunos, que eran mitad-bestias mitad-hombres de la mitología, que en fin,  perseguían a las ninfas, pero tocaban la flauta, el dios Pan y otros faunos. Así que quizás haya una alusión a esta cuestión de la bestialidad, del hombre mitad-bestia mitad-humano que aparece en los centauros, que aparece en los dioses griegos, en un montón de expresiones culturales diferentes. Y que casi siempre tiene un contenido sexual, aludiendo un poquito a la liberación de los instintos y que acá aparece muy insinuado, con esa sutileza que te decía, pero con ese toque: ¿le gusto o no le gusto a la periodista que el lobizón tuviera relaciones sexuales con ella? ¡No queda claro! Y ya se sabe que bueno el tema de la zoofilia también mucho…

Locutora: -¿Algo mas en esta obra? ¡Hay de todo!

Moira: -Pero esta todo puesto de una manera indirecta y nunca va directamente a los bifes digamos, todo es pura insinuación, y justamente esa insinuación es lo que la hace tan valiosa dentro de esta estilización general.

Locutora: Que bueno, insinuante y breve encima, que hay que ser arriesgado, hay que estar seguro de la obra para hacerla breve, mucha gente la empieza a estirar y estirar.

Moira: Es verdad, si si. Hay muchos casos de obras con buenas ideas que se diluyen. Que vos decís tendría que terminar 15 minutos antes, pero no porque uno no pueda estar en el teatro tres horas como con Rossini, porque a veces se resiste y esta plenamente justificado, sino porque esta esa sensación de que si la obra no dura una hora, una hora y diez, no tiene la duración convencional.

Locutora: Error, claro. El lobizón de tras la sierra, era la obra que estaba analizando Moira, que ya la anoto para ir a ver porque me re intrigo ¡entre la flauta, los faunos y todo el análisis que hiciste! ¡La verdad! Esta obra se esta presentando en el Payró, San Martín 766, con funciones los viernes a las 21hs y entradas de 40 a 20 pesos.

La opinión del público / Alternativa Teatral:

20/07/2011 -  Selva Palomino
El viernes 15 de junio vi El Lobizón; durante todo el día siguiente no la pude sacar de mi cabeza. Un texto singular. Logra el misterio y el enredo entre personajes que son cualquiera de los que caminamos por la calle. Un viaje en micro. Común como el viaje de la vida en la que estamos embarcados, en la que los buenos, los malos, el sueño, el ensueño, la ensoñación y la materialidad del abuso y la muerte, se confunden hasta sacarnos la bombacha. No se salvan ni los que tratan de enfocar la lente de la cámara para despejar alguna parte de la verdad. Viajamos y viajamos confundidos entre gente común de la que solo vemos una de las máscaras, una de sus actuaciones, uno de sus roles. De las otras y/u otros solo podemos atisbar lo que nos permite la intuición, sensación demasiado momentánea. Ver en acto esto deja al espectador anonadado. Gran acierto de la dramaturgia. !Felicitaciones...!!!!!!
La actuación le pone el cuerpo a un texto simple y entretejido, por tanto muy difícil. Celeste Campos es una 'revelación' esplendorosa. Me gusto mucho su manera de decir y su presencia en el escenario. Pablo Bocanera un talentoso, espontáneo, gracioso y creíble conductor 'monstruoso' de micro. Damián Andrés construye y deconstuye muy naturalmente la duplicidad del servidor público, que ni sirve ni se interesa por los que tiene que servir, y que es a él mismo a quién debería poner las esposas.
El acierto de la música y de la acentuación de la flauta permite ubicar el viaje de nuestras tras la sierra en un universo sin límites.
Es notoria una sólida y creativa dirección. No se han dejado cabos sueltos Y el trabajo de todo el equipo, Los felicito a todos, Selva.

18/07/2011 -  Andrés Panitsch

Una obra con intriga y suspenso que atrapa de principio a fin. Muy buena.